Vega, la princesa ciega - Cuento

En el reino de la Esperanza, donde todos, nobles y pobres, se llenaban la panza, vivía la princesa Vega, 




una princesa ciega, cuya única diversión se la proporcionaba un bufón, Se llamaba Simón, 




y aparte de ser su bufón, era su amigo sincero y su leal compañero.


La princesa, estaba en edad casadera, pero aún siendo preciosa, al ser ciega, no había príncipe que la quisiera.

El rey y la reina,



decidieron mandar un emisario a la cueva de la hechicera Lucera, 



para que les diera una solución, y esta fue su conclusión,

-Aquí, campeón,  no valen dientes de ajo ni ojos de tritón. Que le pongan dos diamantes en las cuencas vacías y le sobraran pretendientes en menos de dos días.

Hicieron caso a la hechicera. Los dos diamantes más valiosos,


por un orfebre fueron tallados y por un galeno



 en las cuencas de los ojos de la princesa fueron colocados.

Mas ocurrió, que los pretendientes eran todos unos interesados y unos petulantes que sólo venían a por los diamantes.

El tiempo pasó y la princesa no se casó.

Luego, al reino lo iba a a azotar una sequía. El rey, uso su riqueza para que en su pueblo no hubiera hambre, mas llegó un momento que el rey había acabado con su tesoro  de rubís, zafiros,




esmeraldas. diamantes, de oro... Lo único de valor en el reino, eran los ojos de la princesa Vera, que cuando se enteró, a sus progenitores les espetó:

-Usad los diamantes de mis ojos, padre, madre, usadlos para dar de comer a todos ser, hable, maúlle o ladre.

Estaba la princesa Vera, 


con las cuencas vacías, y cuando creyó que nadie la querría, le dijo el bufón Simón:

-Con o sin ojos, sois la mujer más dulce del reino, alteza, la mujer mas bondadosa, la que posee la mayor belleza.

-Lo siguiente que me vais a decir es que estáis de mi enamorado y os lo tenías callado.



-No os lo iba a decir. No os quería herir. Mas ya que lo habéis mencionado, os amo a vos y a nadie más he amado. Os amo como el huerto ama al río. Como la mañana ama al rocío, os amo, señora, como el día ama a la aurora.

Yo también os amo y me lo tenía callado. ¡No se que daría por ver vuestro rostro, simón. mi simón amado.

Simón, a la princesa en los labios besó, y después así le habló:

-Para que podáis ver sólo hay una manera, luz de mi primavera.



-No hay ninguna. No me podría ayudar ni la mismísima luna. 

Simón el bufón, a la princesa le hizo cosquillas en las costillas, y dejándola sonriendo, se fue yendo. Tenía que  coger el camino y afrontar su destino.

En el bosque del chacal, Invocó al dios Baal.

-¡Baal, Baal, Baal! ¡¡Dios sin igual!! ¡¡Yo te invoco!! Como nadie aparecía, gritó ¡¡¡Yo te invoco, loco!!!

Se le apareció el dios Baal, y le dijo al bufón Simón:

-¡¿Yo te invoco, loco?!

-Loco, loco de amor, tenía que estar. para quererte invocar.
-Venga, suelta el rollo, cara de pollo, que si me despierta la criatura, verás mi locura.

-Quiero darle mis ojos a una mujer para que al fin pueda ver.

-Ya lo sabía. ¿Y no quieres que se acabe en el reino la sequía?

-Sería una bendición, dios de mi devoción.

-Menos pelota, idiota. Sabes que si cumplo tu deseo vas a morir por él, feo.




-Hágase tu voluntad, dios de la humanidad.

Y su voluntad se hizo, como si se tratara de un hechizo.

Al día siguiente, Vega, la princesa ciega, se despertó. Abrió sus nuevos ojos, y lloró.

Por primera vez podía ver. En camisón, salió al corredor y llamó:

-¡¡Simón, Simón, Simón!! 

Pero Simón el bufón, estaba en otra dimensión.

A la princesa le comenzaron a llover pretendientes. Nobles, príncipes y hombres pudientes, mas ella seguía enamorada del bufón Simón.

Un día anunciaron a bombo y platillo la llegada a castillo de Mezcal, el hijo de Baal, y cuando la princesa Vega, la que fuera princesa ciega,





 con el habló, le preguntó:

-¿Lo que me vais a decir es que de mí estáis enamorado y que ya no os lo podéis tener más tiempo callado?

-No os lo quería decir. Mas como lo habéis mencionado, os amo a vos y a nadie más he amado. Os amo como el huerto ama al río. Como la mañana ama al rocío. Os amo, señora, como el día ama a la aurora.

La princesa, cuando la voz del bufón Simón reconoció casi se desmayó. Le daba igual que ahora fuera el hijo de Baal. para ella era Simón, su amado bufón. Lo beso, y después, de alegría, lloró.

En la boda, no hubo grandes festejos, pues se estaban reponiendo de la sequía, pero lo que hubo fue mucha, mucha, mucha alegría.

Y hasta aquí hemos llegado porque este cuento se ha acabado.

José Enrique Oti García.







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